Por: Mayté Guzmán Mariscal *
Los diarios lo consignan como el poeta empedernido, el locutor, el músico, el periodista, el heraldista, el cronista, el historiador, el maestro, el esposo y padre, pero sobre todo, como un amigo entrañable. Su personalidad multifacética lo ha elevado al grado de Tata Pancho entre los purépechas, título que sólo habían merecido Vasco de Quiroga y Lázaro Cárdenas, aunque en el mundo de los “intelectuales”, es conocido como El Viejo Búho.
Pero él no alardea, se dice loco por haberse atrevido a hacer tanto y a recibir poco más que la satisfacción de ensalzar a su natal Zamora y de conservar siempre en su literatura el espíritu nacionalista que lo hace sentirse orgullosamente michoacano.
Narra con ímpetu los escenarios que han marcado su vida, desde la estancia en el seminario, la innata afición por las letras, hasta su larga trayectoria como locutor, que es su verdadero oficio, como él mismo lo afirma.
En su libro más reciente titulado Memoria Zamorana, compila una serie de escritos que integran la historia poética de la cuna que lo vio nacer. Y es ese delirio por los versos y las crónicas lo que demuestra que todavía, a sus 79 años, hay Francisco Elizalde para rato.
«Lo mismo te hablo de los barrios pobres, que de los barrios ricos»
Recién llegado de su acostumbrada misa de domingo, (aunque últimamente prefiere ver la misa papal por televisión), habla sobre lo que le dictan los recuerdos. Pide a su esposa que le lleve un café a la mesa como para inspirarse y toma asiento antes de comenzar la charla. Deja el ron, su bebida preferida, para más tarde. Busca en el saco de su traje azul cenizo, un cigarrillo y el encendedor, con los que juguetean sus manos acartonadas por unos minutos. Cierta emoción se asoma por esos ojos negros que de verlos solos, no delatarían su edad.
“Nací en Zamora, Michoacán –explica con su voz cansada- en la que entonces era la penúltima calle de la ciudad, en una colonia pobre ubicada a la entrada de una hacienda muy famosa y antigua que ya existía tiempo antes de la guerra de Independencia”.
Galeana es el nombre de esa calle del tradicional barrio de Los Dolores, que se convirtió en lo que ahora llaman zona roja y donde transcurrió toda su vida hasta la juventud.
Su trato con las meretrices era especial, mas no diferente, aún ante la suspicacia de la gente del seminario. De ellas recibía respeto y el sentir era mutuo, por ello se ganó el cariño que le profesan hasta la fecha, tanto que en la casa donde nació se develó una placa en honor al maestro Elizalde, y ese día, fueron algunas de las muchachas que lo conocieron, según recuerda.
“Me sirvió porque yo estudié en escuelas particulares donde conocí a todos los hijos de los ricos, pero como vivía con los pobres también conocí la vida de los pobres, de ahí yo creo que me viene lo de cronista de la ciudad, porque lo mismo te hablo de los barrios pobres que de los barrios ricos”.
«Admite ser un romántico sin remedio, basta ver el contenido de sus versos siempre cargados con ese toque idílico»
La proyección de Francisco Elizalde en el campo de las letras comienza de lleno durante su paso por el seminario, al que ingresó a los 12 años y donde escribía poemas para decirlos en calidad de orador cuando se realizaban algunas celebraciones.
“Era medio tramposo porque me empezaba a gustar la poesía amorosa, forraba la Biblia con papel de colores y me ponía a leer en la capilla en lugar de hacer la meditación, a leer los cantos de Salomón al amor, otro día me pescaron con otro libro, María de Jorge Isaacs, y ya me andaban corriendo”, sonríe.
Por ello admite ser un romántico sin remedio, basta ver el contenido de sus versos siempre cargados con ese toque idílico. Se dice discípulo de los clásicos de la poesía, como Amado Nervo (uno de sus poetas más admirados), Díaz Mirón o Luis G. Urbina, de ahí que se considere un “ermitaño” de su propia literatura, “yo creo por eso me dicen El Viejo Búho”, señala.
Como sus maestros en el seminario figuraron personalidades y grandes intelectuales entre ellos Alfonso y Gabriel Méndez Plancarte, quienes después fundaron en la Ciudad de México la famosa revista literaria llamada Ábside.
El maestro Elizalde explica también cómo fue su incursión en la música, área en la que ha hecho no pocas cosas, desde canciones románticas, himnos y hasta marchas para el Ejército Mexicano. A ratos pareciera que se le terminan las palabras, bebe el café a sorbos imperceptibles antes de rematar una respuesta, desdobla sus ideas y continúa diciendo:
“En quinto año nos dejaron una tarea para que hiciéramos una composición a la primavera, y había un periodiquito que se llamaba el Colmor (Colegio Morelos) y me acuerdo, no sé por qué, desde entonces traigo la música acá en la cabeza, hice como tres cuartetos, del que me acuerdo es del primero que dice ‘ya llegó la primavera con sus cantos y sus flores, se alegran los ruiseñores que cantan en la pradera’ ”.
Pareciera intrigarle la verdadera razón de su afición por las letras. El Viejo Búho niega que le venga de familia, pues su padre, Miguel Elizalde Martínez, era un líder obrero, en tanto su madre, Soledad García Mosqueda se dedicaba a la enseñanza del famoso silabario, aunque no de manera oficial.
Ángeles de la Muerte, Cantares de América, Mujeres de México y El Rebozo entre las principales obras de Elizalde.
Entre su producción literaria destacan varios poemas dedicados al tiempo, que tuvieron inspiración en los versos de su amigo Renato Leduc y la “sabia virtud de conocer el tiempo”, lo que despertó en él la inquietud por esta palabra que sólo tiene una o dos rimas con palabras compuestas.
Otras obras del autor michoacano son el poema Ángeles de la Muerte, de carácter filosófico, Cantares de América, que incluye un poema para cada país Latinoamericano, Mujeres de México, salmos que aluden distintos oficios, poemas religiosos, y las antologías tituladas Retrato hablado del Viejo Búho y Buhedades.
Pero su obra cumbre, considera El Viejo Búho, es el poema El Rebozo (1948), por el que recibió los elogios de la poeta chilena Gabriela Mistral, y del que existen hasta la fecha 21 ediciones, además de que se incluye en los libros de secundaria y preparatoria.
El origen de este poema lo recuerda como si fuera ayer, y como un niño que presume de su juguete nuevo, Elizalde extrae del baúl de los recuerdos el día en que fue nombrado gerente de la estación XEGT. “Mi compañera Josefina del Río acudió con su directora Mercedes Méndez y le platicó que había visto en Bellas Artes una exposición de rebozos de varias partes del país y se le ocurrió que se podía hacer algo. Ella (Josefina) me preguntó si tenía algún poema del rebozo, le dije que no pero que a cada rebozo que me llevara le iba a escribir un verso. Así fue como surgió el famoso poema El Rebozo”
La última parte del poema, dedicada al rebozo michoacano, fue inspirado en un poema titulado Piropos al Rebozo de un autor poblano, lo que hizo pensar a Elizalde que no había escrito nada sobre el rebozo de la región.
Interrumpe el recuento de sus obras y expresa: “¡uhhhh!, es que si nos pusiéramos a hablar de todo lo que he hecho nos pasaríamos horas y horas”.
Inconforme por lo poco contado, se levanta de la silla y con paso lerdo sube las escaleras de su espaciosa casa. Minutos después regresa con un par de álbumes con recortes de periódicos y fotografías de homenajes en las que figura como protagonista. Trae consigo también algunos libros que hablan por sí solos de su vida.
El Pregonero, única estatua en el mundo en honor al comunicador
Entre las cosas que más agradece es el regalo que le hicieran de la que hoy se conoce como la famosa estatua de El Pregonero, la única en el mundo en honor al comunicador. Y finalmente confiesa la historia oculta del Monumento a la Madre, del que escribe en su libro Memoria Zamorana: “Jardín de la Madre llaman/ a ese jardín hoy en día/ sin saber que a mamá Chole,/señora de mi ambrosía,/ mi Zamora desde entonces/ le rinde honor a porfía(…)” Y es que precisamente, a petición de Elizalde, la mujer de la estatua es la imagen de su difunta madre, y la gente la respeta sin saber de quién se trata.
Los álbumes se vuelven a cerrar y con ellos se guardan los recuerdos que hacen dormir y despertar a la historia. Con un gesto de satisfacción, el maestro da un sorbo al café casi intacto después del largo recuento de su vida y concluye diciendo “mi vida ha sido de sorpresas, de poner mucha voluntad, mucho trabajo, mucha inteligencia, mucho servicio sobre todo”
Bromea cuando comenta “tengo por ahí tantos diplomas y pergaminos…le digo a mi señora que hay que comprar un cazo de Santa Clara para hacer chicharrones”.
Se despide y reitera su clásica invitación a volver “al cabo que ya sabes donde vivo, Madero esquina con Gales, que no es lo mismo que los congales de Madero”. De esta manera, asegura, quienes lo visitan no olvidarán la dirección de aquel Viejo Búho, el eterno enamorado de las letras.
*Entrevista realizada en el domicilio de Francisco Elizalde en 2004.